No hay que confundir la armonía que reina en una comunidad cristiana, fruto del Espíritu Santo, con la “tranquilidad” negociada que, con frecuencia cubre y de modo hipócrita, los contrastes y las divisiones internas.
Una comunidad unida en Cristo – dijo el Santo Padre – es también una comunidad valerosa. Un corazón solo, una sola alma, ningún pobre, bienes distribuidos según las necesidades… Hay una palabra que puede sintetizar los sentimientos y el estilo de vida de la primera comunidad cristiana, según los retratos que surgen de los Hechos de los Apóstoles, a saber: la armonía.
La armonía y su enemigo
“Nosotros podemos hacer acuerdos, una cierta paz… porque la armonía es una gracia interior que sólo puede hacerla el Espíritu Santo. Y estas comunidades, vivían en armonía. Y los signos de la armonía son dos: ninguno tiene necesidad, es decir, todo era común. ¿En qué sentido? Tenían un solo corazón, una sola alma y nadie consideraba de su propiedad lo que les pertenecía, sino que entre ellos todo era en común. En efecto, ninguno de entre ellos estaba necesitado. La verdadera ‘armonía’ del Espíritu Santo tiene una relación muy fuerte con el dinero: el dinero es enemigo de la armonía, el dinero es egoísta. Y por esta razón, el signo que da es que todos daban lo suyo para que no hubiera necesitados”.
“Tranquilidad”, frágil velo
Dios y el dinero son dos patrones “cuyo servicio es irreconciliable”, repitió Francisco, y aclaró el equívoco que podría surgir en cuanto al concepto de “armonía”, que – afirmó – no hay que confundir con la “tranquilidad”:
“Una comunidad puede ser muy tranquila, ir bien: las cosas van bien… Pero no está en armonía. Una vez he oído decir de un obispo una cosa sabia: ‘En la diócesis hay tranquilidad. Pero si tú tocas este problema, o este problema, o este problema, inmediatamente se desencadena la guerra’. Una armonía negociada, sería ésta, y ésta no es la del Espíritu. Es una armonía – digamos – hipócrita, como la de Ananías y Safira con lo que han hecho”.
El Espíritu y el valor
“La armonía del Espíritu Santo nos da esta generosidad de no tener nada como propio, mientras haya un necesitado. La armonía del Espíritu Santo nos da una segunda actitud: ‘Con gran fuerza, los Apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús, y todos gozaban de gran favor’, es decir el coraje. Cuando hay armonía en la Iglesia, en la comunidad, hay coraje, el coraje de dar testimonio del Señor Resucitado”.
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