Reflexionar sobre el fin del mundo y también sobre el fin de cada uno de nosotros. Es la invitación que la Iglesia hace a través del pasaje del Evangelio de San Lucas (17, 26-37) propuesto por la liturgia del día y sobre lo cual reflexionó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el tercer viernes de noviembre.
La Iglesia, que es madre – dijo el Papa – quiere que cada uno de nosotros piense en la propia muerte. Todos nosotros estamos acostumbrados a la normalidad de la vida: horarios, obligaciones, trabajo, momentos de descanso… Y pensamos que será siempre así. Pero un día – prosiguió diciendo el Santo Padre – llegará la llamada de Jesús que nos dirá: “¡Ven!”. Para algunos esta llamada será inesperada, para otros después de una larga enfermedad, no lo sabemos. Pero – añadió Francisco – “¡la llamada llegará!”. Y será una sorpresa. Y después vendrá la otra sorpresa del Señor: la vida eterna. Por esta razón “la Iglesia en estos días nos dice: detente un poco, párate a pensar en la muerte”.
El Papa Francisco describió lo que suele suceder, incluida la participación en el velatorio y el hecho de ir al cementerio, que se ha vuelto una costumbre social. Se va, se habla con las demás personas, en algunos casos también se come y se bebe: es “una reunión más para no pensar”.
“Y hoy la Iglesia, hoy el Señor, con esa bondad que tiene, nos dice a cada uno de nosotros: “Detente, párate, no todos los días serán así. No te acostumbres como si esto fuera la eternidad. Llegará el día en que serás quitado, el otro permanecerá, tú serás quitada, tú serás quitado”. Es ir con el Señor, pensar que nuestra vida tendrá un fin. Y esto hace bien”.
“Pensar en la muerte no es una fantasía mala, es una realidad. Si es mala o no es mala depende de mí, de cómo pienso yo. Pero que llegará, llegará. Y ahí se producirá el encuentro con el Señor. Esto será lo hermoso de la muerte. Será el encuentro con el Señor, será Él el que saldrá al encuentro, será Él el que dirá: “Ven, ven, bendito de mi Padre, ven conmigo”.
“El otro día he encontrado a un sacerdote, de 65 años más o menos, y tenía algo malo, no se sentía bien… Fue a ver al doctor y me dijo: ‘Mire – después de la visita – usted tiene esto, ésta es una cosa mala, pero quizá estemos a tiempo de pararla, haremos esto, si no se detiene haremos esto otro… y si no se detiene… comenzaremos a caminar y yo lo acompañaré hasta el final’. ¡Bueno aquel médico, con cuánta dulzura dijo la verdad”!
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