“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” Santiago 2, 14 Muchos en más de una ocasión hemos quedados perplejos con este versículo del apóstol Santiago, pensando que contradice a Pablo, quien tantas veces dice que un hombre es salvo y justificado libremente, sin ninguna obra, a través de la fe en el Señor Jesucristo y su resurrección.
Algo que necesitamos poner en claro desde el mero principio es que la Palabra de Dios nunca se contradice. Lo que sucede comúnmente, y sucede en este pasaje, es un problema de entender lo que la Palabra de Dios nos dice. La primera parte de Santiago 2,14, vemos a Santiago hablando de “alguien que dice que tiene fe”. La expresión verbal de la fe de uno, es decir, si alguien dice que tiene fe, no es suficiente para salvarle. De hecho, Pablo nos dice lo mismo también en Romanos 10, 9-10 que dice: “que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”
Para que alguien sea salvo lo que se necesita es verdadera fe, fe del corazón. Tal fe es a la que se refiere la Palabra de Dios. Fe que simplemente es de la boca para afuera, es decir, que no existe en el corazón, no es verdadera fe. Como el Señor dijo: “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12, 34). La confesión de fe es la confesión que viene del corazón que ha creído. Porque de otro modo es una confesión falsa. Si por lo tanto, como Santiago 2 dice: “alguien dice tener fe”, dos cosas pueden pasar: Su confesión es genuina, esto es, lo que dice es verdad, o lo que dice no es genuino, es decir, aunque diga que tiene fe en realidad no la tiene.
Tomemos el primer caso, el caso de una confesión genuina. Esta confesión, siendo genuina, es una confesión de fe que ya está en el corazón. En este caso, una consecuencia natural de esta fe es el fruto, las obras. Por decirlo de otro modo: aunque las obras no preceden la salvación y la fe (es decir, no somos salvos por obras), sin embargo, son consecuencias naturales de la salvación, vienen como fruto, como resultado de la fe presente en el corazón. Como el Señor dice Lucas 6, 43-45: “No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
El fruto, las obras de todo hombre, es el resultado de lo que hay en su corazón. En otras palabras, la boca debe seguir siempre lo que hay en el corazón. No hay salvación simplemente cuando la boca confiesa sino cuando el corazón ha creído y luego como resultado la boca confiesa esta fe. Y puesto que tal tesoro, tal árbol, tal fe, existe en el corazón es natural también ver en ese árbol el buen fruto respectivo. Por lo cual, las buenas obras son algo muy natural, tan natural como cuando un buen árbol da un buen fruto.