Tantas personas consagradas han sido perseguidas por haber denunciado actitudes de mundanidad: el mal espíritu prefiere una Iglesia sin riesgos y tibia. Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice también recordó el segundo aniversario de la beatificación de Monseñor Oscar Romero, Arzobispo de San Salvador, asesinado por los escuadrones de la muerte ligados al régimen militar por haber denunciado las violencias contra los pobres.
El Papa recorrió en su reflexión el capítulo 16 del libro de los Hechos de los Apóstoles, que narra acerca de Pablo y Silas en Filipos, donde una esclava que practicaba la adivinación comienza a seguirlos y, gritando, los señala como “siervos de Dios”. Se trataba de una alabanza, pero Pablo, sabiendo que esa mujer estaba poseída por un espíritu malo, un día lo echó. El Santo Padre puso de manifiesto que Pablo comprendió “que aquel no era el camino de la conversión de esa ciudad, porque todo permanecía tranquilo”. No era la Iglesia de Cristo. Todos aceptaban la doctrina. Pero no había conversiones.
“Yo recuerdo en mi tierra, a tantos, tantos hombres y mujeres consagrados buenos, no ideólogos, sino que decían: ‘No, la Iglesia de Jesús es así…’. ‘Este es comunista, ¡afuera!’, y lo expulsaban, lo perseguían. Pensemos en el beato Romero, ¿no? En lo que sucedió por decir la verdad. Y tantos, tantos en la historia de la Iglesia, también aquí en Europa. ¿Por qué? Porque el mal espíritu prefiere una Iglesia tranquila, sin riesgos, una Iglesia de los negocios, una Iglesia cómoda, en la comodidad de la tibieza, tibia”.
“Es éste el camino de nuestra conversión cotidiana: pasar de un estado de vida mundano, tranquilo, sin riesgos, católico, sí, sí, pero así, tibio, al estado de vida del verdadero anuncio de Jesucristo, a la alegría del anuncio de Cristo. Pasar de una religiosidad que mira demasiado a las ganancias, a la fe y a la proclamación: ‘Jesús es el Señor’”.
“Una Iglesia sin mártires produce desconfianza; una Iglesia que no arriesga produce desconfianza; una Iglesia que tiene miedo de anunciar a Jesucristo y de expulsar a los demonios, a los ídolos, al otro señor, que es el dinero, no es la Iglesia de Jesús. En la oración hemos pedido la gracia y también hemos agradecido al Señor la renovada juventud que nos da con Jesús, y hemos pedido la gracia de que Él conserve esta renovada juventud. Esta Iglesia de Filipos fue renovada y se convirtió en una Iglesia joven. Que todos nosotros tengamos esto: una renovada juventud, una conversión del modo de vivir tibio al anuncio gozoso que Jesús es el Señor”.
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