Preparado Por: P. Marcelino González Tejedor

El Concilio Vaticano II nos recuerda que “el cristiano es ante todo un peregrino y que la Iglesia es un pueblo caminante” (Cfr. GS 7, LG 8). La peregrinación es un camino de oración, de encuentro y de vida.


Un poquito de historia
Se tiene como dato histórico que las peregrinaciones iniciaron en la Iglesia antes de la paz otorgada por el emperador Constantino en el año 313, aunque aumentaron considerablemente cuando la Iglesia gozó de paz y libertad en el Imperio Romano.
Las más antiguas peregrinaciones cristianas tenían como destino Roma, Tierra Santa y  las tumbas de los mártires. La más famosa de las peregrinas de esa época fue una española de nombre Egeria, quien nos narra cómo se celebraban estas peregrinaciones en Tierra Santa en el siglo IV.


Las peregrinaciones en honor a la Bienaventurada Virgen María cobran fuerza entre los siglos V-VII principalmente en Nazaret. Pero, no es sino hasta los siglos XIV-XVII cuando lograron su más alto esplendor y participación.

¿Qué son las peregrinaciones cristianas?
Panamá, pueblo bendecido por el Señor, está marcado por una rica diversidad de peregrinaciones  como lo son: Cristo de Portobelo, Nazareno de Atalaya, Cristo de Alange, Señor de los Milagros en la Mesa, etc. Estas son algunas de las romerías que se realizan en nuestro país  y que son una clara manifestación de la religiosidad popular que impregna nuestra identidad religiosa.  Todas ellas, o en su mayoría, marcadas por la imagen de un Cristo sufriente.
Ahora bien, como hemos visto las peregrinaciones no son un fenómeno nuevo. La peregrinación es un signo característico de la vida de los cristianos. Esencialmente nos recuerdan a quienes describen la propia existencia como un camino. Es signo de conversión, de purificación, de esperanza, de búsqueda, de ponerse de pie y caminar al encuentro con el Señor de la VIDA. Esto es lo esencial de todo peregrinaje o al menos es lo que debe provocar, un encuentro con Jesucristo, camino verdad y vida; presente en los lugares de peregrinación en cada una de las eucaristías celebradas y en el sacramento de la reconciliación.  Una peregrinación no es sólo un viaje cultural (turismo religioso). Es regalarse un tiempo para la contemplación, para orar, para viajar a nuestro mundo interior. Así pues, las peregrinaciones favorecen las prácticas de los valores cristianos y al mismo tiempo estimulan el culto a Dios, puesto que, en ellas podemos cantar, hablar, escuchar, mirar, tocar y entrar en contacto con una serie de elementos que nos conectan directamente con Dios.


Propósitos de nuestras peregrinaciones
La peregrinación nos ofrece la posibilidad de reencontramos con nuestra propia historia cristiana, nuestra realidad transitoria en este mundo. Pero la nota característica es la forma festiva y gozosa de estas peregrinaciones, que ha de recordarnos que nuestro peregrinar hacia Dios no debe, ni puede ser lastimoso ni triste.
La peregrinación no concluye al llegar al santuario o meta de la peregrinación (que en muchos casos suele ser un camino de tormentos y cargado de exagerados sacrificios)  y de participar en los actos litúrgicos o de devoción, o de adquirir algunos recuerdos como estampitas, medallas, agua bendita, imágenes, etc. Se trata y debe tratarse de un encuentro personal con la persona de Jesucristo que me capacita para la misión, se trata de recargar las energías, de cobrar nuevo vigor e impulso para llevar y hacer presente la gracia de Dios al volver a casa. El peregrino cuando regresa ya no es el mismo. Algo ha cambiado en su vida. Eso es lo ideal. No puedo llegar a un lugar de peregrinación para volver con las mismas actitudes frente a Dios y de cara a los hermanos. Se trata también de  entusiasmar y alegrar a los miembros de la familia, de la comunidad que no pudieron asistir.  Es dar continuo testimonio de mi experiencia con el Señor. Cuando se regresa hemos de descubrir  de que entonces comienza la auténtica peregrinación. Vivir cada día como un regalo de Dios para los demás. El sentido de la peregrinación para el cristiano lo resume la Palabra de Dios. La carta a los Hebreos dice: “Por la fe, Abraham, obedeció y salió para un lugar que había de recibir en herencia. Salió sin saber donde iba. Por la fe peregrinó por la tierra prometida como en tierra extraña, habitando en tienda. Esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”.  Por eso, peregrinar es mucho más que viajar, o asumir retos y sacrificios físicos inhumanos, caminar de rodillas, sentir el calor de espermas de velas sobre mi espalda,  o caminar descalzos, vestirnos de manera distinta;   es ponerse en camino para ir al encuentro de Dios. Se trata ante todo, de impregnarnos  en el propósito de extender el Reino de Dios, tal como lo pide el Papa  Beato Juan Pablo II: “una nueva evangelización nueva en su impulso, nueva en sus métodos, nueva en su ardor”.